El apogeo de la vitivinicultura en el estado de Guanajuato es una realidad del último medio siglo, pero su historia remite a la Conquista, cuando los españoles plantaron las primera vides en la Nueva España. Hernán Cortés promovió su cultivo, como lo documentan las Cartas de Relación, donde informaba al Rey Carlos I sobre el progreso que traería la industria del vino a las nuevas tierras.
Con la mirada puesta en los territorios recién conquistados, Hernán Cortés firmó las Ordenanzas de 1524, que obligaban a expandir el viñedo: “Cualquier vecino que tuviese indios de repartimiento sea obligado a poner en ellos en cada año, con cada cien indios de los que tuviera de repartimiento, mil sarmientos, aunque sean de la planta de su tierra, escogiendo la mejor que pudiera hallar. Entiéndase que los ponga y los tenga bien pesos y bien curados, en manera que puedan fructificar, los cuales dichos sarmientos pueda poner en la parte que a él le pareciere, no perjudicando terceros, y que los ponga en cada año, como dicho es, en los tiempos en que convienen plantarse, hasta que llegue a dicha cantidad con cada cien indios cinco mil cepas; so pena que por el primer año que no las pusiere y cultivase, pague medio marco de oro, que habiendo en la tierra plantas de vides de las de España en cantidad que se pueda hacer, sean obligados a engerir las cepas que tuvieren de las plantas de la tierra”.
Hacia 1522 partieron expediciones con rumbo a lo que hoy es Michoacán. Al pasar por territorio guanajuatense ocuparon tierras en nombre de Hernán Cortés, quien al poco tiempo asignaría las primeras encomiendas a Juan Riobó, Diego Hurtado, García Holguín, Pedro de Sotomayor y Francisco Morsillo, entre otros.
En 1526 se fundó San Francisco de Acámbaro en terrenos de Pedro de Sotomayor y luego de Hernán Pérez de Bocanegra. La importancia de este sitio resulta de los viñedos que allí establecieron las órdenes religiosas.
Los pueblos a la vera de las rutas de la época fueron creciendo y para el año 1547, tras el descubrimiento de yacimientos de plata en Rayas y San Bernabé, en Guanajuato, la vid adquirió un gran auge derivado de la tarea de abastecer a las explotaciones mineras y a los soldados que combatían los ataques chichimecas, un conflicto que se extendió hasta fines del siglo dieciséis.
Aún en medio de enfrentamientos con la población nativa, surgieron las poblaciones de Celaya, León y Salamanca. Dado que el conflicto se extendió por años y crecía la demanda constante de víveres desde las nuevas ciudades, se volvió necesaria la producción de alimentos en las mismas haciendas.
En aportaciones eclesiásticas Tanto los encomenderos como las órdenes religiosas desem- peñaron un papel importante en el crecimiento vinícola de la región. Con el establecimiento de los conventos se estable- cieron las órdenes de Franciscanos, Agustinos y, hacia fina- les del siglo dieciséis, los Jesuitas. Estos últimos tuvieron la actividad más notable, ya que no solo produjeron vino para su consumo y eucaristías, sino también para comercializar en las zonas mineras.
Algunas otras órdenes como Juaninos, Dieguinos Dominicos, Betlemitas y Camilos fueron asentándose en la zona de manera paulatina durante todo el siglo dieciséis y ya iniciado el diecisiete, estableciendo huertos y viñedos en los que emplearon mano de obra nativa.
Hacia la tercera década del siglo los Jesuitas contaban con más de 15,000 plantas en sus viñedos. En sus cavas guardaban un buen número de botellas y botas con vino de la región. Esta bonanza se extendió junto con la expansión de la orden religiosa a lugares como Celaya, León y Guanajuato, sitios en donde se incrementó el cultivo de la vid, aunque con menor relevancia que la lograda en San Luis de la Paz.
En sus cavas los jesuitas guardaban un buen número de botellas y botas con vino de la región. Esa bonanza se extendió junto con la expansión de la orden religiosa a lugares como Celaya, León y Guanajuato.
El vino de España seguía entrando en buenas cantidades. En 1792 llegó un nuevo intendente a Guanajuato, Juan Antonio de Riaño y Bárcena, quien reactivó el interés en el cultivo de la vid y su transformación en vino. En ese momento solo en algunas zonas como Celaya, Villa de San Miguel el Grande, San Felipe y Dolores había algunos productores.
En 1796 se liberó la fabricación y venta de aguardiente y chinguirito en la zona de Aguascalientes. El historiador Lucas Alamán puntualiza que hasta ese momento “Los viñedos habían progresado mucho en diversos puntos, en especial en Parras”. En ese mismo año el rey Fernando VII dio permiso, prosigue Alamán, “para plantar otros nuevos viñedos en la provincia de Guanajuato, cuyo intendente favorecía este género de industria, que se aumentaba también en la provincia de San Luis Potosí”.
Luego de la Independencia surgieron iniciativas para recuperar y replantar los viñedos. Una de ellas fue la imposición de un gravamen mayor a los vinos extranjeros sobre los nacionales. En 1843, durante el mandato de Antonio López de Santa Anna, se fundó en Chapingo la Escuela Nacional de Agricultura, desde donde se procuró favorecer la difusión de la viña y otros cultivos.
Lo poco que quedaba de la industria vinícola llegó muy disminuida al umbral del siglo veinte. A finales del diecinueve, sin embargo, los italianos Fabián Garbari y Rafael Gamba dieron nueva vida a los viñedos de una finca que había pertenecido a los Jesuitas, en la población de San Luis de la Paz.
La llegada a Dolores en 1975 del catalán Juan José Manchón Arcas, abrió una nueva etapa. Había nacido en Vilanova, en el Penedès, y antes de desembarcar en México trabajó en la bodega Codorníu, en Sant Sadurní D’Anoia, y también en Chile. En el país aplicó inicialmente sus conocimientos en un rancho de Zacatecas antes de llegar a Dolores, donde comenzó a elaborar vino en 1978 de manera casera junto a su amigo Ignacio Vega, propietario del rancho colindante.
Ignacio Vega plantó en su rancho, a fines de la década de los 80, las primeras vides. Su hijo, Ricardo, se asoció con el hijo de Juan José, Juan Manchón, quien siguiendo la estela del padre estaba regresando de hacer el doctorado de enología en Valencia. Así dieron inicio a lo que sería Vega Manchón, un proyecto de bodega ya formal, hoy más conocido por su etiqueta Cuna de Tierra, que no ha cesado de crecer desde entonces.
El éxito de este proyecto derivó en un relanzamiento de la vitivinicultura guanajuatense al estimular a otros empresarios a seguir su ejemplo. El panorama se ha transforma- do de raíz, para decirlo con una palabra adecuada, y a una notable velocidad, Guanajuato cuenta ahora con 450 hectáreas de viñedo y cerca de 30 bodegas ya tienen sus vinos en el mercado, mientras que al menos otra veintena ha comenzado a plantar con el mismo objetivo.
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